Moz y L. Cohen
“Las personas que salen de la nada intentando precisar cualquier cosa que pasa por su cabeza, son unos cerdos.” Esto lo dijo alguna vez Antonin Artaud. Yo soy así. Soy una persona que sale de la nada. Intento precisar algo. Un cerdo. oinghrr, oinghrr. Este texto está lleno de precisiones. Cosas que pasan por mi cabeza. Esta semana escuché mucho a Morrissey y a Leonard Cohen.
¿Por qué me gustan tanto?
Morrissey ha cantado tantas veces sobre la muerte, sobre desear la muerte, que su voz en el último disco me parece salida de un pozo profundo y negro. O del suelo. Tantas veces ha cantado sobre ser aplastado por otra gente que esta vez parece estar cantando, con su voz de una persona aparentemente educada, desde el piso. Y parece estar pidiendo clemencia. Y le han vuelto a acompañar esas dulces y cómicas voces de niños que deben ser querubines del asfalto. La voz del Moz. En realidad no es la voz de una persona educada, aunque parezca. No se mide. Es exagerada y te insulta. Y nunca cambia.
"I am a ghost and as far as I know I haven`t even died and my one true love is under the ground"
Es la voz de un entrenador de fútbol viejo, al filo del campo de juego, apoyado sobre su bastón. Panzón. A él le parece todo tan fácil. Grita indicaciones que para él son tan obvias y adentro estamos nosotros en una cancha de tierra. Sin técnica, malos. Un pobre espectáculo. Morrissey se da la vuelta y hace bromas con los suplentes. Sólo en el momento del pitazo final, con el marcador adverso (y jugando de locales) sabemos a donde ir.
“giving me head on the unmade bed”
Me parece genial como L. Cohen rimó “head” con “bed”. Con una fluidez poco común. La asociación entre una cama destendida y alguien mascullando, lamiendo y de nuevo chupando. Un cuerpo recostado, sosteniéndose la nuca. Otro inclinado. Hundido en su propio cabello y en la tarea. El sexo firme como un soldadito, puesto el casco, que parece un casco de samurai, listo para la muerte y la fricción. Puede ser tan espantosamente placentero todo esto, lleno de cosquillas profundas y dolorosas, lleno de convulsiones y desenfrenos mentales; y al mismo tiempo, puede ser tan fuera de lugar, arduo y aburrido. Y sin embargo en la canción de L. Cohen no es ni lo uno ni lo otro. Es una época. Y todo se reduce a un recuerdo. Al pasado. A una relación sexual que ya no existe. Ni siquiera hay discusión. Porque no hay necesidad, esa necesidad que parece salida de una canción country, con la voz entrecortada, desafinándose en el momento preciso: “I need you, I don´t need you”. No hubo eso. Y sin embargo ahí está.
La poesía de L. Cohen es desafinada también. Y es inconclusa. Parece que te va a dar más pero no da. Parece que va a tener un clímax y ese clímax no llega. Una frase inconclusa ocupa el espacio del salto al vacío. Y no hay salto al vacío. Por lo menos en sus "early years", en el Chelsea Hotel que he descrito y en The Partisan, canciones como ésas. Luego, en sus "later years" hay un tema que puede servir de clímax absoluto. Ese tema es The Future. Parece estar construido sobre un pico de montaña, mirándo hacia abajo, y, riéndose, parece estar L. Cohen. "I´ve seen the future, brother, it is murder". Y de nuevo los recuerdos del pasado, de otro mundo. Del mundo que ya no existe. Pero esta vez no importan tanto. No son recuerdos que se imponen. L. Cohen recuerda por matar las horas libres y por joder.