Piedra
Cuando logré abrir el baúl me llegó un soplo de caverna. Como que desde bien adentro salían unas inhalaciones y exhalaciones en forma de murciélagos. Mi vida estaba cambiando. Soy otro desde que abrí el baúl. Y al mismo tiempo siento que siempre he sido así.
Tu estaba llena de sudor. Tenía sangre en toda la cara. Y un inmenso dolor en el abdómen. Se agarraba los intesinos y aullaba. Estaba puesta ropa sucia, polvorienta. Una camisa de hombre. Unos pantalones khakis que le quedaban dos o tres tallas muy grande. Estaba reventada. Inflada. Tenía el ojo morado. Un línea delgada encima de ese ojo soltaba un líquido extraño. Como pus cristalino. Como restos de algo. O como anuncio de algo que se viene. Una antesala.
A mi también me cayeron golpes. Aunque mucho después. Y devolví los golpes a una puerta y grité cosas que salieron de un lugar desconocido y al mismo tiempo muy íntimo y personal. Mi vida cambiaba. Y no estaba del todo mal. Justo ahora que sé que probablemente voy a morir. Ya mismo. En pocos instantes. Aunque no sé cuántos. Me siento vivo. Y quiero más.
Tu estaba sangrienta y llena de sudor. Estaba mal. Estaba callada. Había llorado mucho y ahora estaba respirando lentamente. Con espasmos momentáneos que salían del esófago. En forma de relieves rocosos y lisos. En forma de piedras de río.
Y no quería hablar. Se sostenía el abdómen y se echó con un inmenso dolor. Cerró los ojos y apretó su cara en llanto. Su pelo se regó encima de su cabeza. Sudoroso y sangriento.
"¿Cúal es la primera palabra que se te viene a la mente, Tu?" Le susurré en el oído acariciando su frente húmeda y su pelo polvoriento y enrollado.
"Piedra."
Fue como decir la palabra piedra en forma de piedra y escupiendo minerales por la boca al decirlo. Y empezó a hablar.
"Mi hijo.... Pedro.... ¿qué hice?.... ¿por qué le abandoné?... nunca más.... le voy a ver..."
Y yo acostado al lado suyo. Como cómplice. Mudo. Toda mi valentía espásmica regada a mis lados. Una mancha de agua debajo de mis hombros. Un frío en la parte de atrás del cuello.
"Pedro... mi hijo... ¿por qué?.... ¿por qué?"
Una hora más tarde. Tu estaba apoyada sobre la repisa de los libros. Debajo de la literatura ecuatoriana. Encima una montaña. Los andes. Tres cordilleras desiguales. Repartiéndose el espacio justo. Y yo pensando cosas que nunca antes habían pasado por mi cabeza. Ideas sobre el fin de todas las cosas. Sobre explosiones volcánicas hace dos o tres millones de años. Lava caliente sobre una tierra desnuda. Quemando todo y formando una cara nueva. Dando forma a un rostro nuevo que jamás nadie podrá olvidar. Mirando a la puerta. Y mirando a Victoria a través de la puerta. Y mirando la espalda del notario. Y clavando mis uñas en sus cráneos, al mismo tiempo, y desgarrando su piel. Mordiendo sus ojos y escupiendo una flema sangrienta al piso. Al piso de duela argentina.
Me acerco a Tu nuevamente. Y me pego cerca de su piel. Y siento la sal de sus manos. Veo cicatrices en su abdomen. Y nos apretamos fuerte. Y nos abrazamos. Y somos cobijas sudorosas y arenosas. Y saladas, como las cobijas de una casa a orillas de un mar. Estamos juntos en esto. Estuvimos juntos. Ahora estamos juntos.