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Un clarividente llamado Ricardo nos leyó las cartas. Tu, yo y el clarividente estábamos sentados en una pequeña mesa. Encima de la mesa una tela de muchos colores. Conchas. Un vaso de whiskey. Una cajetilla de tabacos con filtro. Las cartas del Tarot.

Tendremos largas vidas. Tendremos sexo. Seremos felices. Basta con aprovechar lo bueno. Deshechar lo malo. Lo malo está en el pasado.

Me salió la carta del Loco. Tu hizo algunas preguntas adicionales. Preguntó por nosotros. Preguntó por la plata. Preguntó por su hijo. Ricardo le dijo que todo iba a estar bien.

Yo no sabía qué preguntar. Ricardo dijo que no me preocupara. Que otro día podría ser. Que somos amigos. Me dijo que debo hacer las cosas sólo cuando me sienta bien. Si estoy mal debo meterme en una cama y no salir. Nos dijo a los dos que debemos volver. Pero no creo que lo hagamos.

Camino al departamento. Presenciamos una ópera callejera. Una actriz gorda vestida con un traje negro. Pelo y mallas rotas fucsias. Cantaba acerca de un amor perdido con una voz gruesa. Sentida. Miraba el cielo. Otros tres actores esperaban detrás de tres basureros. Cuando la gorda dejó de cantar. Salieron al escenario improvisado. En realidad la calle. Un mercado de frutas.

Estaban maquillados. Uno tenía puesto un par de alas. Bailaban con las tapas de los basureros en sus manos. Prendienron fuego a unas varillas y empezaron a hacer malabares. . Se movían con pasos diminutos. Emitían sonidos que poco a poco se fueron juntado. Y teníamos una nueva canción. En medio de los malabares. Una canción sobre el amor perdido. Yo estaba listo para irme. Tu no.

En algún momento empezó a salir humo de la cabeza de uno de ellos. Olor a pelo quemado. La gorda con traje negro salió de la nada con un saco o una cobija o una sábana. Algo así. Lo lanzó encima de la hada en llamas. No sé si fue intencional o un accidente. Que se quemara su pelo. El público aplaudió sin ganas. Descorazonado. Nos fuimos.