El Cuello

En un lugar público. Espacio abierto. Un hombre camina. Se acerca a dos mujeres que están sentadas conversando. El hombre se detiene al frente de ellas. Le ofrecen algo de comer. Él acepta. Mete su mano en un paquete de plástico. Saca una galleta. Conversación mínima. Sacudida de hombros. Espasmos minúsculos. Levantamiento de cabeza. El hombre continúa. Las mujeres también.

Otro hombre camina con una cámara alrededor del cuello. En el mismo espacio abierto. Saluda a una pareja. La pareja se detiene. El fotógrafo conversa. Inclina su cabeza. Se siente el peso de la cámara. Les pide una foto. Un retrato. La pareja accede. Posan. Se ríen. Se besan. El fotógrafo capta tres imágenes de ellos. Se despiden. Inclinación de cabezas. Manos en alto. Desdoblamiento. Continuación.

¿Hay euforia en todo esto?



El mismo fotógrafo se me acerca. Me dice que está armando un portafolio de retratos anónimos. Que si me puede tomar una foto. Ahí sentado. Leyendo una de mis revistas.

Accedo. Me fijo en la banda que lleva en el cuello. Sosteniendo la cámara. No me doy cuenta. Me toma las fotos y sonríe. Gracias. Chau. Continúo lo que hacía antes. No mucho.

Hace poco estuve en casa. Quería llamar por teléfono. Pensaba en la frivolidad. Tenía un nudo en mi garganta. Daba vueltas en el departamento. Sin saber por qué. Algo buscaba. Olvidé qué. Volví al teléfono. No había tono. Había una voz que en argentino me repetía algo. Una grabación. "Usted tiene mensajes". Decía. Y luego se despedía. Y empezaba un silencio. Al tercer intento ese silencio era angustioso. Era nada. No podía llamar a nadie. Hay algún tipo de bloque en el teléfono y recién me di cuenta ahora. Salí y me fui a un parque.

Rascaba mi cabeza y sobaba la parte de atrás de mi cuello. Acababa de levantar la mirada de la revista. Me había internado en un texto sobre la vida de un futbolista. Era en la revista de fútbol. Mis ojos aún no se acostumbraban al mundo exterior. Fuera del blanco con negro y el papel con brillo. Excluyendo a taxistas, el fotógrafo que se me acercó, no he conversado mucho en los últimos días. Tampoco comido. Una mujer se agachó haciéndome señas.

Era la chica del ascensor. Dudé unos segundos. No sabía si era a mí. Sentí un disparo de nervios en el pecho. Me pasé la mano por la cara y sobé mi boca. Hola, dijo en su acento no argentino. Hola, repliqué. Me estiré. luego me encogí. Finalmente me reí. Me levanté y caminamos por el parque. Pisando terrenos inciertos. Me había olvidado cómo conversar.

Me concentré en captar el tono de su voz. Más que hablar. Me hacía regalos. En algún punto le conté lo que hacía ahí. En Buenos Aires. Lo solté todo. Sin variar mucho el tono de mi voz. Hablé lento. Enfatizé las palabras "mucha plata". Ella sorprendida. No dijo mucho más. Le pregunté de dónde era, cómo se llamaba, cúantos años tenía. Me dijo que era limeña, Victoria, 16. Sentía que estaba paseando en una pista de hielo. Desbocado.

Paramos en medio del parque. Luz de la tarde. Fuimos a comer.